La clase termina temprano, algo de esperanza ahora podré terminar algunas cosas, ya casi son las 5:30 y nada está listo. Algunos me preguntan: ¿vas a jugar? La respuesta es No, hay demasiado que hacer y ya casi entro a enlace.
Dos minutos después, estoy en la cancha, le he pedido a Diego que sólo me deje jugar 20 minutos. Durante todo ese tiempo solo puedo pensar en cuánto odio los martes, y más aún las clases. Son ya las 6:15 y el profesor no llega, no puedo más con el deseo de volver y así lo hago, marcador 2 – 2, quiero jugar. Algo extraño pasa, el sol pega con toda su fuerza, la cancha está pesada, y todos han corrido mucho, hay banca suficiente, pero nadie quiere salir. No puedo creer que me esté perdiendo el partido. De pronto termina, hemos empatado.
Todos descansan y comentan acerca de los aciertos y los errores, yo sólo puedo escuchar y por un momento pues debo volver a clase.
Son ya las 9:00 p.m y la clase por fin terminó, me esperan en grupos para irnos. Propongo ir a cenar y con gusto la idea es aceptada. Son ya las 10:30 y apenas llego a casa, sorpresa el equipo está ahí y no han hecho nada. La 1:30 am por fin, el maldito martes se acabó, ya no puedo más es hora de dormir, pues a las 8:30 me espera otra clase. Un baño no me caería mal, estoy sucio, cansado y harto. Pero en ese momento recuerdo los buenos momentos, la comida, el partido, qué más da que venga otro martes al fin del acabo así es la Pecuenca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario