jueves, 27 de marzo de 2014

Recetas amarres eternos

A veces tengo la impresión de necesitar más palabras.

Porque cuando el sentimiento se hace más profundo, me parece demasiado poco utilizar las mismas que A. me ha oído una y otra vez. Es como si tuviese que servirme de la palabra "barco" para referirme primero a un drakkar normando, y la misma, de nuevo, para el portaaviones más moderno de la Séptima Flota Norteamericana, y otra vez, para la nave espacial de Star Trek.

A. sabe, en realidad, que las palabras son sólo palabras, y que día a día lo importante son los silencios que ellas explican Amarres.

Como el mío, cuando la vi entrar en la sala de embarque, arrastrando su maleta. En el otro lado del cristal, yo no podía dejar de mirarla, sintiendo otra vez como el corazón se me encogía de felicidad, como si fuese nuevo a cada segundo todo lo que ella me hace sentir, lo que siempre hemos sabido ambos: que desde el primer día que nos conocimos, habíamos llegado a casa.

Ni todas las lenguas podrían designar lo que me llena la certeza de mi vida a su lado de Amarres.
Como ahora, mis ojos le dicen todas las palabras.

Y sé que A., si cierra los suyos, puede verlas y leerlas al mismo tiempo.

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