miércoles, 19 de febrero de 2014

Como cambian los sentimientos

El título del post viene a propósito de lo que me ha pasado esta mañana. Estaba tomándome un zumito con mi compi de proyecto, estamos en una entidad financiera pasando un par de semanas. Bueno, y de repente entra un chico al que hacía tiempo no veía, un compañero de erasmus. Pues resulta que me “enamoré” locamente, durante todo el erasmus andaba bebiendo los vientos por él, aunque nunca pasó nada entre nosotros porque estaba ennoviao y era muy pero que muy fiel (snif, snif).

Bueno, pues el caso es que le he visto, he hablado un rato con él y me he dicho a mi misma: cómo es posible que te gustara este menda??? Cierto que es buen chaval pero…se puede ser más pánfilo??? Lo primero que me pregunta, después de bastante sin vernos y de haber sido muy amigos en erasmus, es que si trabajo más de 10 horas al día….pero qué pregunta tonta es esa? He estado a punto de responderle, y tu, cuántas veces meas al día? jejeje! No sé, me parece una pregunta absurda, en vez de un qué tal? Cómo te va todo? Vaya, lo normal que se pregunta en estos casos.

Durante la mañana le he dado vueltas y de ahí el post, hace unos años hubiera dado un dedo por tener algo con él y ahora me lo cortaría sólo por no tenerlo, jeje!

Me pasó lo mismo con mi primer novio (ex mejor amigo novio), le vi hace poco en las fiestas de mi barrio y el buen recuerdo que guardaba de él se fue al garete, todo porque me di cuenta de dos cosas, yo ya no era la misma y él SÍ seguía siendo el mismo de hace años, por tanto sus bromas ya no me hacían gracia, intentaba comportarse conmigo igual que antes (siempre habíamos sido muy cariñosos el uno con el otro, todo el tiempo abrazándonos, bailando juntos…) pero evidentemente ya nada es como era antes, ya no me apetece ser como era antes…

Aparte de que tuvo un detalle en mi opinión bastante feo, conversación:
Ex: y qué tal con tu novio?
Yo: Pues la verdad es que muy bien.
Ex: Pero es un poco viejo no?
Yo: No, aparte desde que le conozco han dejado de gustarme los niñatos (=como tu, jeje! Ya me empezaba a cabrear)
Ex: Y le ves mucho? Entre semana? Los findes?
Yo: Pues le veo cuando le veo (no sé, de nuevo…qué pregunta es esa??)
Ex: Lo digo porque si le ves entre semana podemos quedar tu y yo los findes para recordar viejo tiempos.
Yo pienso: Pero este tío está tonto o se ha metido algo?
Yo digo: Para qué? Para follar?
Ex (con cara de “a esta me la zumbo seguro”): Por qué no?
Yo: Porque con "eso" poco me puedes enseñar ya, y menos si no has aprendido nada en este tiempo (cabreo total con referencia ofensiva a su polla y a su falta de maña, jejeje!!!)

Yo no sé si no entiendo a los hombres o es que los que yo conozco, salvo honrosísimas excepciones, son gilipollas.

Besos y continuará
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Presentación

Comienzo este blog exclusivamente con la intención de profundizar en el aspecto más filosófico de la condición humana….buf, que chungo no? Creo que mejor voy a contar mi vida, jejeje! A lo mejor no le interesa a nadie, pero he estado leyendo varios blogs (la amante, blog de una soltera, melona,…) y me ha dado envidia, así que empiezo esto esperando poder continuarlo a pesar de que soy vaga hasta decir basta!
Bueno, me presento, tengo 25 años, trabajo desde hace 2 años en una empresa multinacional de conocido prestigio y menos conocida explotación, vivo con mis padres y mi hermana a los que adoro aunque daría un dedo por poder independizarme y mi vida en el último año y medio aproximadamente es sentimentalmente extraña…
Tengo novio, ¿Tengo? No lo sé, en teoría sí, en la práctica se supone que también, pero…
La verdad es que debería haber empezado esto hace 1 año y medio porque hubiera sido más interesante contar mi vida como “la otra” que como “la única” que soy ahora, pero el problema es el de siempre…si era la otra y ahora soy la única, llegará un momento en el que sea la primera de dos? O peor aún, la primera de unas cuantas más?? Porque siempre he tenido la idea de que la gente no cambia y precisamente ahora estoy en una relación basada en que “él ha cambiado”, “él ya no es un infiel total”, “él me ha encontrado y ha decidido estar conmigo y sólo conmigo”…
Pero si estoy en lo cierto en lo de que la gente no cambia sólo estoy con una persona a la que quiero con toda mi alma pero él acabará poniéndome unos cuernos que ni el mejor de los vitorinos, jejeje!
Bess y Continuará…
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Asociaciones Secretas

Desde que lo vi –llevaba aquella corbata azul que tan poco le favorecía–, Raúl me pareció un cerdo. Bueno, más que un cerdo, una cucaracha. Por lo arrastrado, por lo mezquino, por alevoso y por nocturno. Raúl era uno de esos tipos siempre dispuesto a correr un poco más que tú –y yo corro mucho–, para abrirle la puerta al director. Sé que es más propio de un caracol, pero el reguero de babas que dejaba al andar era la pesadilla de las filipinas que limpiaban. Siempre con el café a punto, las llaves en la boca y un cepillo en cada mano: todo sea por el jefe. Y lo gracioso es que no era muy distinto a mí antes de que llegara. Sólo que yo era más serio con los viejos. Yo respetaba el rango y no interfería en el trabajo de mis antecesores. Cada uno conocía el hueco infecto que ocupaba y observaba las normas implícitas de nuestra reptiliana actividad. Sin embargo, este advenedizo reventó el orden, una estructura concienzudamente edificada y pensada para durar más allá de las jubilaciones y las bajas.

Pero sucedió lo inconcebible. La adversidad nos hizo unir fuerzas, caminar juntos por la senda de la reconquista, erigirnos como paladines del peloteo y conspirar contra el intruso. El subdirector ejecutivo con el jefe de planta, la asesora con el secretario de marketing, el bedel con la asistenta. Y lo acorralamos. Usamos como armas maletines y pisapapeles, palos de escoba y percheros. Pintamos nuestros rostros con el toner de las maquinas y tatuamos nuestras frentes con sellos de "pagado". Lo atamos y amordazamos obligándole a tragar facturas. Lo subimos a su escritorio y, pasando una cinta de impresora vieja por las aspas del ventilador de techo, lo colgamos por el cuello hasta morir.

Aún tengo que limpiarme la boca cuando lo recuerdo. Ese aprendió, aunque tarde, la lealtad que también exige ser lameculos.
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Libertad

Le pica el pie bajo la escayola. Aún le duelen los ligamentos y se queja. Mi deber es ayudarle. Me sonríe cada vez que le llevo un vaso de limonada o acaricio sus mejillas. Tiene hambre y estoy a punto, distraído, de indicarle dónde está el tarro de las galletas. Suspira en alto, que le oiga. Entonces recuerdo, me levanto y se las doy. Vuelvo a sentarme entre papeles. Me llama. Un cómic. Me sonríe. Es de noche y no se duerme, ahora un cuento. Agua. Que yo se lo lea. Más agua. Me siento en el borde de la cama. No se duerme. Suspira en alto. Tiene miedo. Quiere que lo duerma conmigo. Me sonríe. Apago la luz. Se mueve, da patadas con el yeso. Me refugio en un extremo del colchón. Se ha orinado. Aún no amanece. Lo cambio, lo ducho; tranquilo, no es nada. Me sonríe. Ya es de día. Le duele el pie. Suspira. A mí la espalda. Lo llevo al baño, le lavo la cara, lo ayudo a orinar. Unas gotas. Lo cojo en brazos y lo llevo a la cocina. Pesa. Resoplo deseando que por fin se recupere. Me besa la mejilla y me sonríe. Lo siento en una silla. ¿Qué te apetece comer? De eso no compramos. Suspira con desdén. ¿Quieres pan? Mejor tostadas. El teléfono. Corro. Las tostadas huelen. Equivocado. Se han quemado. Me mira de reojo con la nariz arrugada. Otra cosa de comer. La nevera está vacía. La leche, ácida. Suspira. Se hace tarde. Ya comeremos algo fuera. Primero los dientes, después la cara. No llegamos. Le pica bajo la escayola. ¿Qué toca hoy? ¡Pero si es fiesta! No habrá descanso. Suspira. Se aburre. No le gustan los dibujos. ¿Una peli? He de terminar con el trabajo. Hay tarea. Tiene mocos. ¿Cuándo es el examen? Lo sueno. Busco el de mates en su bolsa. Me mancho. ¿Salgo a por pan? Uso una servilleta. Hay rayones en el libro; ya sabes lo que pienso de eso. No debo dejarlo solo. Tengo hambre. ¿Qué hay que preguntarte? ¿Todo eso? Quiero darme una ducha. Hazlo tú solo. Me duele la cabeza. Suspira. ¿Qué no entiendes? Busco una aspirina. Lo pone en la lección, léela primero. Están caducadas. ¿Suspiraría si yo no estuviera? No hace efervescencia. La mastico. Sabe a rayos. La escupo. Eso tenías que saberlo, esfuérzate en pensar. Abro el agua. Suspira. ¡Ya voy! Busco unas toallas. Están mojadas. ¿Dónde pone mamá la ropa seca? Yo tampoco lo sé. Suspira. Ocho por ocho no es setenta y uno. Borra eso. Huelen a humedad. No arrugues la hoja. Cojo dos y vuelvo al baño. ¡Esa letra! Ahora no puedo. El agua sale fría. ¡No te oigo! Suspira. Ya voy, espera. ¿Qué haces en el suelo? El lápiz. Yo podía haberlo recogido. Llora y me mira enfadado. Las pestañas se le pegan. Lo recojo. Me llena el hombro de lágrimas y mocos. Esta incómodo. Lo llevo al baño. Lo sueno otra vez. Tiene hipo. ¿Cuándo viene mamá? Me golpea. No sonríe. Suspira. Lo llevo en brazos al salón. ¿Qué he hecho mal? Tiene sed. Se golpea la escayola. No hagas eso. ¿Ves? Ya está blanda. No me habla. ¿Qué hago ahora? El teléfono. No es su madre. Equivocado. Más mocos. Échalos en el pañuelo. Me quita la cara. Más fuerte; mira que me enfado. Me voy. Ahora los suelta adrede y se limpia con la manga. Suspira. Le quito la camisa. Demasiado fuerte. Llora. Soy un bruto. Me odia. Preparo la bañera. El agua sigue fría. Pongo la tapa. No me habla. Me da la espalda. Salgo al patio. Ahora me llama. ¡Ya voy! Suspira. No quiere estar solo. La puertita esta trancada. Vuelve a llamarme. La abro. La bombona está vacía. Insiste. ¡Que ya voy! Llego al baño. El agua se derrama. Corro a la llave. Me deslizo. Doy contra el bidet. Siento frío. No me muevo. El me mira y sonríe. Suspira y sonríe.
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Rebelión

Desde la esquina de la calle no cesaban los lamentos de aquella muchacha. Lo curioso es que, a pesar de la cantidad de gente, nadie movió un dedo para socorrerla.

Vulgar.

Átomo a átomo, giro a giro, la rosca del tornillo acabó por ceder al traqueteo. Los viajeros, ajenos, continuaban con sus pláticas y sus ocupaciones. Pero el tornillo cayó y la rueda que sostenía perdió estabilidad y salió despedida. El resto parecía inevitable.

Intrascendente.

Emilio Paulo nacía cada noche exactamente a las tres y veinticinco de la mañana. No era un decir, ni un convencionalismo. Realmente nacía con todo lo que eso llevaba parejo: las roturas de aguas, las contracciones, la extracción de las placentas y, a veces, incluso, alguna cesárea.

Ridículo.

La luz de la vela me hizo descubrir en ti a otra persona. No había tele ni otro tipo de distracciones. Estabas tú frente a mí. Sencillamente. Sin otro efecto especial que el movimiento de las sombras en tu rostro y el brillo, oculto hasta ahora, de tus ojos.

Cursi.

Mi cuerpo tiene forma de pera. Esto que para todo el mundo es evidente, no lo fue para mí hasta aquella mañana en que descubrí a una niña riéndose a escondidas mientras me miraba. "¿De qué te ríes, niña?" Le pregunté. "Tienes forma de pera", contestó, y sus palabras resonaron desde entonces mil veces en mi cabeza: "Tienes forma de pera… forma de pera…”

Trillado.

El alumno consiguió pintar su cuadro más perfecto. Hasta entonces no había destacado mucho, pero sin duda, desde que este lienzo viera la luz, su vida daría un giro. Sin embargo, decidió que ya no más en el mismo instante en que el artista pasó frente a su obra con una ceja arqueada y una honda expresión de hastío.

Pueril.

El esfuerzo sobre su rodilla acabó por pasar factura. Desde hacía varios meses, después de aquella caída tonta, sufría constantes dolores en la pierna. Pero no les hizo caso entonces y ahora ya era tarde. Sólo había un apoyo firme en la roca y la única extremidad con la que podía evitar la caída, era esa maldita pierna que colgaba inerte en el vacío.

Pretencioso.

Junto al lago, la casa de madera parecía el refugio más acogedor que habían visto nunca. El fin de semana se presentaba pleno, prometedor. ¿Por qué tuvo que fijarse en aquella tierra removida, en aquellas ramas secas mal disimuladas?

Artificioso.

Ninguna palabra fue suficiente para calmar su ansia. Estaba en medio del proceso. Nariz ardiente entre pintadas y papel de baño rosa. Todos lo sabían pero lo vieron desde fuera. Y eso, ya se sabe, no es lo mismo.

Insuficiente.

Mi padre, Ernesto Gandía, rió por última vez aquella misma tarde. Nadie daba ya un duro por él. Los ojos de aquella mujer vengativa marcaron su destino con un hierro del que ni siquiera él logró escapar.

Insulso.

Limpió la espada en las ropas del vampiro. ¡Pobre idiota! Desconocía por completo las reglas del buen cazador. La mente del vampiro, como la del asesino, se escapaba a sus patéticas aspiraciones.

Fantasioso.

"¡A penitas!" le repetían sin cesar persiguiéndolo por todo el patio durante los recreos. "¡A penitas!", decían con las manos extendidas en una súplica atormentada.

Peregrino.

Como cada mañana, la armónica del afilador le despertó. Cuando niño había sentido miedo de ese ruido, pero al ver que sangraba y que sus tripas sabían como las de cualquier otro humano, sus temores se aplacaron.

Atroz.

Los pellizcaba para oírlos llorar. Había quien se emocionaba con Mozart o Vivaldi. Él lo hacía con el coro interminable del llanto de recién nacidos.

Insano.

La vio subir al autobús, y las vio a todas. Su sonrisa era la de todas. El cuidado al caminar, el de todas. Era de todas su mirada desviada y también su saludar quedo. Ella eran todas. Pero él era demasiado viejo, demasiado feo, demasiado pobre o demasiado necio para todas. También para ella.

Misógino.

Al despertar descubrió un peso menos. Se tentó el pijama, se miró al espejo y sólo entonces intuyó que por fin era adulto, que era responsable de sus actos, que no necesitaba un guía. Se vistió, abrió la puerta y, despidiéndose del dios de sus ancestros, marchó por el camino solo, sin más compañía que sus propios pensamientos.

Impío.

Era una brizna en la cuneta. Una hierbita insignificante que debía su vida a la generosidad inconsciente de quien por allí pasara. Estaba al margen del camino, pero a pesar de todos, existía.

Simple, escandaloso, parco, aburrido, patético...

Querido lector:

Si usted desea grandes novedades, originalidades y talentos sin límite, haga el favor de hacérselos usted mismo. Sepa que los mediocres sin futuro, por desgracia, no damos para más.
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Lo sabía

Lo sabía. Estos idiotas han vuelto ha rechazar mi novela. “Lamentamos comunicarle que su texto no encaja con nuestra actual línea editorial…” ¡Imbéciles! Con lo que no encaja mi texto es con sus mentes obtusas. Al final la culpa la tengo yo por dejar que una parte de mí sea juzgada, analizada sin pudor. Me he desnudado ante ellos y me azotan. Pero se acabó. Ya no volveré a cometer el mismo error. Dejaré mis relatos en su sitio: en el último cajón de mi escritorio. Allí no podrán contaminarse con sus miradas ni impregnarse de sus comentarios teñidos de falsa erudición. Pero, ¿por qué he sido tan necio? ¿Qué pretendía conseguir al presentarles mis trabajos? ¿Por qué ansío tanto publicar? ¿Porque es la única forma de llegar al “gran público”? ¡Mentira! ¿Cuándo me ha importado a mí lo que opinen los demás? El mundo siempre se ha dividido entre los otros y yo ¿Acaso no busco solamente lo que todo el mundo? ¿Es que estoy exento del deseo de ser reconocido? Es por eso, esa es la única razón: Quiero publicar por vanidad. Es cierto. Deseo ver mi rostro impreso en la solapa de un libro, ver mis ideas y mis frases (reediciones de un puzzle lingüístico mil veces armado y desmontado) repetidas en voz baja al oído de miles de lectores, deseo que mi memoria sobreviva a la realidad de mi cuerpo y trascienda más allá del tiempo y el espacio… En fin, creo que deseo lo que todos buscamos, el anhelo máximo, tal vez el único honesto: Quiero ser inmortal.

Parece mentira, pero hasta formular esta ambición resulta ridículo por desmedida, por ilusa, pero ¿quién no la codicia? Sin embargo sé que, aunque tuviera éxito y lograra el que ha sido hasta ahora mi objetivo, tampoco la conseguiría del todo. El mismísimo Quijote tiene cerca de quinientos años desde su publicación, y ¿qué es eso comparado con la Eternidad? ¿Alguien lo recordará dentro de mil años? Tal vez sí. ¿Y dentro de cinco mil o de un millón? Y, sin embargo, cualquiera de esas cifras se acerca tanto al infinito como lo hace el uno.
Querer ser eterno es tan idiota como empeñarse en que unos imbéciles se fijen en tus textos. Tenemos la pretensión de la búsqueda constante de nuevas formas de arte, de nuevas maneras de decirnos lo mismo, y para ello usamos las herramientas que conocemos: trazos que sólo descubren su significado si se conoce el código, sonidos que para ser entendidos sólo pueden emitirse en una estrecha frecuencia y en lugares con la cantidad de aire adecuado, imágenes inservibles en mundos donde la fuente de luz predominante no generara ondas “visibles”… En La Luna no hay música. ¿Es esa nuestra universalidad?

Queremos ser universales sin dejar de ser el centro del universo ¿Aún no hemos aprendido la lección? ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿A dónde vamos? ¿De dónde venimos? ¡Gilipolleces! Si no me equivoco “El código secreto de la Biblia” dice que el mundo se acabará (otra vez) en el dos mil seis. Yo creo que el mundo se acaba todos los días: cada vez que alguien muere, se acaba su mundo. ¿Y qué queda después? Nada. Podredumbre que deja paso a polvo y cenizas que retornan a la tierra, para dar luego lugar a nuevas formas de vida de las que, tal vez, alguien se alimentará para también morir. Mientras, nos anestesian con falsas creencias, con futuros idílicos que sólo alcanzaremos si cumplimos ciertas condiciones muy prácticas y prosaicas mientras vivimos. Y como nadie vuelve para desmentirlo, pues seguimos en ello. ¿Cuál es el sentido de la vida? Ninguno. Giramos a lomos de un planeta olvidado, junto a una estrella mediocre, en una galaxia con cientos de miles de millones de otras estrellas, tan interesante y original como otras cientos de miles de millones de galaxias como ella, en uno o más universos indiferentes. ¿Y precisamente, ante toda esa inmensidad, nuestras creencias, valores, juicios y ambiciones van a ser los correctos? Mucho me temo que no.

Sólo una cosa puede hacerme seguir adelante: ¿Qué ocurrirá mañana? La ignorancia ante un mundo que se desvela poco a poco. La curiosidad por descubrir qué se esconde tras cada esquina. La rabia que me da que ocurran cosas y no ser testigo de ellas. El deseo de saber lo que no sé, aunque sea consciente de lo absurdo de su búsqueda. Me taparé la cara, los oídos y la boca. Volveré a ser niño. Miraré con rostro limpio a mis mayores y me asombraré con sus historias. Inventaré otras y me reuniré con ellos en torno a una hoguera para hacer pinturas en la roca disfrazado de bisonte. Desempolvaré mis textos y los presentaré de nuevo, para volver a replantearme mi existencia ante una nueva negativa.
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La Remesa

-Gracias. Para beber tráigame una coca-cola. No, nada más. Pues, como te decía, a mi ese tipo no me cae bien. No sé. A lo mejor es esa estúpida barbita, o ese aire de intelectual que se gasta, o la manera que tiene de hablar tan lento, como si rumiara las palabras... ¡Es que no lo soporto!

-¡Pues nadie lo diría! Cuando llego, le hiciste tu típico examen y creo que aprobó con nota.

-Tu calla y sigue leyendo que de estas cosas no entiendes. Camarero, ¿viene ya esa coca-cola, o que? ¡Ah, y tráigame otro sandwich de mechada!

-¡Huy, chica, mira que eres zorrona! Por favor, como tratas a Elvira...

-¡Bah, déjala! En realidad ni se entera. Mírala, cualquier día de estos se le va a caer un ojo de tanto leer.

-Sí, sí, reíros. Pero yo al menos aprovecho el tiempo.

-Nada, no le hagas caso, las novelitas rosa la deprimen. ¿Por dónde iba, cariño?

-Hablabas del nuevo. De Juan Antonio.

-¡Ah! Sí, ese. Créeme, no es trigo limpio.

-Pues yo lo veo superamable y superatento. El otro día, sin ir más lejos...

-¿Qué? ¿Le dio paso a una ancianita? ¿Te abrió la puerta para que pasaras delante? ¡Y tú te encandilaste como una simple! Espera que llega mi sandwich. Y que bien huele el "codenao". Gracias. No, sólo la cuenta...Te lo digo yo, cualquier día de estos vemos a ese tío en el telediario por haber descuartizado a su novia, y a una vecina pringada como tú diciendo: "no me lo puedo creer, era tan 'hiperamable'..."

-¡Cómo eres Patri! Si no te conociera me darías miedo.

-A mí lo que me da es pena. ¿Quieres que te diga lo que pienso? Pues que se la tienes jurada a ese pobre pibe porque es el único que no te ha hecho caso.

-¡Calla y sigue en lo tuyo, bruja! ¡Qué sabrá una...! Mira, mejor me callo.

-¿Una qué? ¡Anda, dilo!

-Venga va, chicas, no os peleéis. Además, ya se ha pasado la media hora. ¡Tenemos que volver!

-Me acabo el sandwich y pago, que hoy me tocaba a mí.

...

-Tranquilo, Juan. Ya se han ido.
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El Disparadero (Adaptación libre del cuento de Guy de Maupassant: “Llega la Primavera”)

Si hay algo que me gusta de la primavera, es que con ella comienza la temporada de ferias. Subirme en sus atracciones y revivir momentos pasados se convierte en esos días en la última calada de un habano o en el primer sueño furtivo entre insulto e insulto de Coto Matamoros.

De todas formas, aunque no lo parezca, en eso de la elección de las máquinas soy un poco sibarita. Prefiero las de desplazamiento horizontal en cualquiera de sus versiones: los coches de choque, la cinta mágica o, en especial, las tacitas locas. Tal vez sea por su nombre, pero esas tacillas que, como satélites indecisos, giran sobre si mismas al tiempo que gravitan alrededor de la pista, me hacen perder la cabeza. No sólo las uso para "colocarme" virtualmente (ya no estoy para otro tipo de coloques) sino que, muchas veces, se convierten en mi mirador privado: una especie de disparadero desde el que puedo dedicarme con total impunidad a observar la chavalada que me rodea, sobre todo a las niñas (para mí lo son ya hasta las de treinta) que con sus grititos iniciales y sus caras arreboladas al final del recorrido, hacen más plena mi experiencia.

Tal vez fueran los efluvios de la última descarga de un usuario, o quizá la arremetida inmisericorde del polen en mi pituitaria, pero aquel día noté mis sentidos como más alerta, preparados para captar cualquier señal lejanamente femenina con la que me cruzara. Mantenía las aletas de mi nariz muy abiertas, los párpados inservibles y mis orejas... bueno, ellas quietas, como siempre. El caso es que junto a mi taza fue a sentarse la muchachita más linda que había visto hasta entonces. Debía rondar los sesenta años, pero las capas de maquillaje que cubrían su rostro la desprendían de, al menos, dos o tres. Su cabello, recién teñido, exhalaba ese mágico aroma a Maja que tantos recuerdos me trae de mi abuela. Todo en ella era armonía y compostura. Incluso destilaba elegancia su forma de sentarse en la taza y su más que inapropiado cruce de piernas una vez dentro de ella. Lástima que su tan estudiada (y bella) estampa, se viniera abajo ya desde la primera sacudida del ingenio. Era admirable contemplar como luchaba encarnizadamente por mantener el equilibrio (y con él su maltrecha dignidad), se aferraba heroicamente a las asitas de la taza hasta que sus manos se amorataron (un violeta magnifico, por otra parte), era tal que una Valquiria a punto de naufragar en su buque ingobernable. Creo, he de reconocerlo, que me enamoré perdidamente de ella cuando buscaba con la mirada histérica sus gafas de lente bifocal entre los hierros del suelo. Aún se escapa un suspiro de mis labios al recordarlo.

Qué Difícil

Qué difícil es sentir cuando te puede la rutina. Qué difícil es reconocer el valor de algo precioso si no se ha perdido, aunque sólo sea un poco. Como yo a ti cada mañana.
Siento que te pierdo en el hueco frío de la cama, en el vaso de naranja a medio terminar, en la tostada mordida deprisa y sin gana junto al microondas, en el olor a gasolina, en la tertulia de la radio camino al trabajo. Te pierdo en el día, entre zumbido de voces y miradas ajenas, que me embotan, que me alejan. Hasta que vuelvo y te veo. Y me vacías de ellos y me llenas de guirnaldas, de burbujas, de ambrosía... de ti.
Qué difícil es sentir cuando te puede la rutina. Qué difícil es a veces decir, te amo.

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La primera vez que le vi daba saltitos descompasados en el andén de una estación. Abordaba a los transeúntes armado con su nariz postiza y, por un instante, se atrevía a romper la compostura (tan costosa de mantener y, a un tiempo, tan frágil) de todos los que pasaban a su lado. Lo hacía acercando su cara sonriente a la de ellos, siempre más allá del espacio confortable; tarareando canciones imposibles o recitando poemas sin sentido. Todos (yo mismo) nos sorprendíamos un instante de su actitud, lo mirábamos con una mezcla de incomodidad y falso agrado, para luego entrar en el vagón y volver a nuestro viaje a cualquier sitio. Algunos comentaban en voz baja sus impresiones ante el espectáculo, pero inevitablemente se hacia el silencio entre nosotros cuando ya nadie quedaba en el andén y sin embargo el payaso seguía cantando al aire, riendo y dando esos saltitos descompasados.

Soledad

La navidad ya está aquí otra vez, con su cena, con sus prisas, con sus besos de medio lado. Reproches, miradas de soslayo, hipocresía.

Aún no se han ido y ya estoy fregando platos. Ahora parece que me acompañan.

¿Y mañana?

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Cierra los ojos, cariño. Toma, aquí tienes tu peluche. Agárralo muy fuerte, muy fuerte y duerme tranquilo. Mamá esta aquí. Duerme, duerme, duerme...

No, no hagas preguntas. Calla, pequeño. Tal vez un día me entiendas, cuando hayamos cruzado, cuando por fin seamos libres y no tengamos que sufrir por nada. ¿Recuerdas nuestro cuento? Aquella ninfa lo consiguió, llego al País de la Dicha. Tú te reías con el sapo que siempre iba con ella, ¿recuerdas cariño? Ahora nos toca a nosotros, mamá te va a llevar allí. Duerme, duerme tranquilo.

A veces los mayores hacemos o decimos cosas, cosas raras que los niños no entienden. A veces nos enfadamos y nos dejamos llevar. Eso nos pasó a papá y a mí. Ya sé que hablamos muy alto y que eso no te gusta. Yo puse mis manos sobré él y vi cómo mi mundo se quebraba contra la esquina de la mesa. Pero tranquilo, cierra los ojos, mamá ya lo ha arreglado. Iremos a buscarle como él hacía tantas veces cuando salías del colegio. Recuerda mi niño, que todo lo hago por ti, sólo por ti. Sí, por ti; sólo por ti, por ti... Así es mejor, confía en mamá. Mamá te quiere. Cierra los ojos y duerme. Duerme y espera. Mamá pronto estará contigo.


Entonces rompí la convención

Entonces rompí la convención, mi biología se saltó las normas, el orden establecido y las leyes tácitas sólo aplicables dentro de aquel recinto y sólo para los que allí estábamos. Alcancé mi límite y caí. Ninguna mano se tendió, nadie hizo ademán de amortiguar el golpe, ningún reflejo de auxilio, ningún murmullo de sorpresa. En su lugar, miradas cargadas de reproche e indiferencia.

Cuando desperté no había nadie junto a mí. Sólo la acogedora y eficiente calidez de las máquinas que me mantenían con vida.
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De su rostro, su risa, sus gritos

El tirón impaciente de Ana en mi falda volvió a dormirme en la realidad.

Para una mujer es fácil acercarse a otra, buscar la ocasión, hallar el pretexto. Un trabajo de los niños, una excursión, ¿qué más da?

De su rostro, su risa, sus gritos, ya no queda nada en mi memoria. Sólo sus manos la ocupan por completo. La verdad es que eso no es difícil. Puedo verlas cuando quiera. Si no me equivoco, aún conservo ese par de manos concreto en el primer estante del congelador.

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Esperar por ella, eso es lo único que hago.

Sentado en el jardín miro de reojo mi reloj y barro cada hoja que cae, retoco cada rama, enderezo cada tallo. Todo debe estar perfecto cuando vuelva. Con la mirada limpia y una nueva sonrisa en sus labios me dirá sin palabras que no ha sido en vano. Ya no debe tardar. Ella prometió volver y cuando lo haga empezaremos de nuevo, abriremos juntos sendas olvidadas, recordaremos el olor de la tierra húmeda cuando paseábamos bajo un mismo paraguas, sentiremos en el rostro el calor de un sol distinto cada amanecer. Cuando regrese haremos todas aquellas cosas sencillas que un día prometí y nunca hicimos.

Fuera llueve. Las flores del jardín se han marchitado. Cada noche las cubre la escarcha y mis manos, ahora nudosas y ateridas, intentan devolverles algo de color. A veces lo consigo.

Esperar por ella es lo único que hago. ¿Que más puede haber a mi alrededor salvo ella? Algún día comprenderá y dejará su trabajo, abandonará su casa, a sus hijos, a él y vendrá de nuevo a mí y yo, como siempre, la estaré esperando aquí, sentado en mi jardín.

La Puerta

En cuanto deje de llover, entraré y lo mataré.

Una puerta chirría y se cierra de golpe.

No hay rabia en mí, tal vez ni siquiera indiferencia. Es mi trabajo. Para eso me pagan, y lo hacen bien.

La puerta chirría y golpea de nuevo.

No sé su nombre ni su aspecto físico. Sólo sé que está ahí dentro, esperándome.

Después del aviso hice mis propias averiguaciones. No pudieron ocultar que otros como yo lo intentaron antes, pero no lo consiguieron. Por eso estoy yo aquí. ¿Soy el último, o quizás el siguiente?

En cuanto deje de llover, entraré y lo mataré.

Chirrido. Golpe.

Colgado del retrovisor se mece un rosario. El sol le ha hecho perder su color, pero me gusta. Lo conservo ahí más por superstición que por fe. No creo que llegado el momento me libre de una bala que lleve grabado mi nombre.

La espera se estira y acomoda como una parte de mi. Ya no miro el reloj: el ritmo de los truenos marca el tiempo.

¿Quién será? ¿Tendrá familia? ¿Alguien llorará por él cuando muera? ¿Morirá?

En cuanto deje de llover, entraré y lo mataré.
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sábado, 15 de febrero de 2014

Batuka la Peliculas

Mi Nochebuena: El día 24 empezó muy bien (ver anterior post, Parte II) y no puedo decir que acabase mal… de hecho acabó mejor de lo que podía esperar! Tuve cena en casa de mis abuelos con la familia de mi madre y acabé en el sofá con mis primos pequeños haciendo el mongolo; que si canciones de María Isabel, de Bisbal, poniendo caras, haciéndoles cosquillas, bailando Batuka… Aiis si es que soy una prima de puta madre! (Modesta también, lo sé :p) Peliculas infantiles gratis Normal que me llamen “tata” los enanos!

Mi Navidad: La comida se puede decir que fue una más en mi vida… Debía de estar todo muy bueno pero las mariposillas estaban aún más revolucionadas que yo mientras el reloj nunca marcaba las 8, hora en la que alguien venía a buscarme. enlace. Alguien que me iba a acariciar la mano durante toda la película, alguien que me iba a decir “¿me das un besito?” con voz de oso amoroso Peliculas infantiles gratis… Si en el anterior post estaba monotemática, en este estoy empalagosa jajaja.


Hoy le he vuelto a ver en la biblioteca pero lo único que hemos cruzado han sido algunas miradas porque teníamos a dos amigos como espectadores de lujo… Peliculas infantiles gratis Nos hemos ido un chico, él y yo y me han dejado de tiendas en el centro. Cuando yo volvía a casa me ha escrito diciéndome que me había estado buscando por El Corte Inglés y por Zara porque me quería ver. Si es que es más monooooo!!! Pero la próxima vez que me busque y no me encuentre podría fastidiar la posible sorpresa con una llamada y un “te quiero ver”.