Entonces rompí la convención, mi biología se saltó las normas, el orden establecido y las leyes tácitas sólo aplicables dentro de aquel recinto y sólo para los que allí estábamos. Alcancé mi límite y caí. Ninguna mano se tendió, nadie hizo ademán de amortiguar el golpe, ningún reflejo de auxilio, ningún murmullo de sorpresa. En su lugar, miradas cargadas de reproche e indiferencia.
Cuando desperté no había nadie junto a mí. Sólo la acogedora y eficiente calidez de las máquinas que me mantenían con vida.
Cuando desperté no había nadie junto a mí. Sólo la acogedora y eficiente calidez de las máquinas que me mantenían con vida.
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