Qué difícil es sentir cuando te puede la rutina. Qué difícil es reconocer el valor de algo precioso si no se ha perdido, aunque sólo sea un poco. Como yo a ti cada mañana.
Siento que te pierdo en el hueco frío de la cama, en el vaso de naranja a medio terminar, en la tostada mordida deprisa y sin gana junto al microondas, en el olor a gasolina, en la tertulia de la radio camino al trabajo. Te pierdo en el día, entre zumbido de voces y miradas ajenas, que me embotan, que me alejan. Hasta que vuelvo y te veo. Y me vacías de ellos y me llenas de guirnaldas, de burbujas, de ambrosía... de ti.
Qué difícil es sentir cuando te puede la rutina. Qué difícil es a veces decir, te amo.
La primera vez que le vi daba saltitos descompasados en el andén de una estación. Abordaba a los transeúntes armado con su nariz postiza y, por un instante, se atrevía a romper la compostura (tan costosa de mantener y, a un tiempo, tan frágil) de todos los que pasaban a su lado. Lo hacía acercando su cara sonriente a la de ellos, siempre más allá del espacio confortable; tarareando canciones imposibles o recitando poemas sin sentido. Todos (yo mismo) nos sorprendíamos un instante de su actitud, lo mirábamos con una mezcla de incomodidad y falso agrado, para luego entrar en el vagón y volver a nuestro viaje a cualquier sitio. Algunos comentaban en voz baja sus impresiones ante el espectáculo, pero inevitablemente se hacia el silencio entre nosotros cuando ya nadie quedaba en el andén y sin embargo el payaso seguía cantando al aire, riendo y dando esos saltitos descompasados.
Siento que te pierdo en el hueco frío de la cama, en el vaso de naranja a medio terminar, en la tostada mordida deprisa y sin gana junto al microondas, en el olor a gasolina, en la tertulia de la radio camino al trabajo. Te pierdo en el día, entre zumbido de voces y miradas ajenas, que me embotan, que me alejan. Hasta que vuelvo y te veo. Y me vacías de ellos y me llenas de guirnaldas, de burbujas, de ambrosía... de ti.
Qué difícil es sentir cuando te puede la rutina. Qué difícil es a veces decir, te amo.
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La primera vez que le vi daba saltitos descompasados en el andén de una estación. Abordaba a los transeúntes armado con su nariz postiza y, por un instante, se atrevía a romper la compostura (tan costosa de mantener y, a un tiempo, tan frágil) de todos los que pasaban a su lado. Lo hacía acercando su cara sonriente a la de ellos, siempre más allá del espacio confortable; tarareando canciones imposibles o recitando poemas sin sentido. Todos (yo mismo) nos sorprendíamos un instante de su actitud, lo mirábamos con una mezcla de incomodidad y falso agrado, para luego entrar en el vagón y volver a nuestro viaje a cualquier sitio. Algunos comentaban en voz baja sus impresiones ante el espectáculo, pero inevitablemente se hacia el silencio entre nosotros cuando ya nadie quedaba en el andén y sin embargo el payaso seguía cantando al aire, riendo y dando esos saltitos descompasados.
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